EP Oración de la mañana. Lunes, 21 de octubre de 2.019
En
el nombre del Padre, del hijo y del Espíritu Santo.
Era una vez un
labrador muy tacaño. Un día tuvo una idea: “Construiré un espantapájaros y de
este modo alejaré a los animales de mi huerto”.
Se puso manos a la obra y, una vez terminado el espantapájaros, le colocó unas ropas rotas y feas y, de un golpe seco, lo hincó en la tierra. Allí se quedó el espantapájaros, moviéndose al ritmo del viento.
Se puso manos a la obra y, una vez terminado el espantapájaros, le colocó unas ropas rotas y feas y, de un golpe seco, lo hincó en la tierra. Allí se quedó el espantapájaros, moviéndose al ritmo del viento.
Una tarde un gorrión voló sobre el huerto buscando trigo. Le dijo al espantapájaros: “Déjame coger trigo para mis hijos”.
Después de dudar un momento, el espantapájaros dijo: “No puedes coger trigo del huerto, porque mi amo se enfadaría. Pero puedes coger los dientes de mi boca que son granos de trigo”. El gorrión los cogió y, de alegría, besó su frente de calabaza.
Una mañana entró un conejo en el huerto. “Tengo hambre –
dijo – quiero una zanahoria”. Y tanto le dolía al espantapájaros ver al pobre
conejo hambriento, que le dijo: “No puedes llevarte una del huerto, porque mi
amo se enfadaría. Pero puedes coger mi nariz, que es una enorme zanahoria”.
Cuando el conejo se llevó la zanahoria, el espantapájaros quiso cantar de
alegría, pero no tenía boca, ni nariz. Sin embargo estaba muy contento.
Poco a poco fue dando todo lo que tenía: a un gallo le dio los ojos que eran granos de maíz; a un vagabundo le dio la ropa. Por último, llegó un niño que buscaba comida para su madre. “Pobre niño – pensó el espantapájaros – te doy mi cabeza que es una hermosa calabaza”.
Al final, el espantapájaros se quedó solo con los palos en forma de cruz que le había puesto el labrador. Lo había dado todo. Pero, en medio de esos palos, nació un corazón que hizo crecer un hermoso árbol lleno de enormes frutos que los animales podían coger.
Poco a poco fue dando todo lo que tenía: a un gallo le dio los ojos que eran granos de maíz; a un vagabundo le dio la ropa. Por último, llegó un niño que buscaba comida para su madre. “Pobre niño – pensó el espantapájaros – te doy mi cabeza que es una hermosa calabaza”.
Al final, el espantapájaros se quedó solo con los palos en forma de cruz que le había puesto el labrador. Lo había dado todo. Pero, en medio de esos palos, nació un corazón que hizo crecer un hermoso árbol lleno de enormes frutos que los animales podían coger.
Y es que el propio Dios había visto la generosidad del
espantapájaros y le premió abundantemente.
Venerable Mary Ward, ruega por nosotros
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