Tras la muerte de Jesús, éste se apareció en varias ocasiones a los Apóstoles. En una de ellas se encontró con Tomás, que con anterioridad había dicho que no creería hasta que viera las señales de los clavos en las manos de Jesús y metiera sus dedos en ellas. En esa ocasión, Jesús le dijo: “¿Crees porque me has visto? Dichosos los que creen sin haber visto”.
En este sentido nos puede ayudar a reflexionar una historia contada por Paulo Coelho.
Un emperador dijo al rabino Yeoschoua ben Hanania: –Me gustaría mucho ver a vuestro Dios.
–Es imposible –respondió el rabino.
–¿Imposible? –replicó–. Entonces, ¿cómo voy a poder confiar mi vida a alguien a quien no puedo ver?
–Muéstreme el bolsillo donde tiene guardado el amor por su mujer y déjeme pesarlo, para ver si es grande.
–No sea tonto: nadie puede guardar el amor en un bolsillo.
–El Sol es apenas una de las obras que el Señor colocó en el universo y, sin embargo, usted no puede verlo directamente. Tampoco puede ver el amor, pero sabe que es capaz de enamorarse de una mujer y confiarle su vida. ¿No le parece evidente que existen ciertas cosas en las que confiamos sin ver?
A veces buscamos pruebas que nos demuestren que Dios existe, queremos verle para confiar en Él. Pero, como nos cuenta la historia, confiamos en muchas cosas que no podemos ver, ¿por qué nos cuesta entonces confiar en Dios?
Venerable Mary Ward, ruega por nosotros.
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