En muchas ocasiones hablamos de Jesús como Aquél que pasó por este mundo haciendo el bien.
Siguiendo su ejemplo han pasado muchos a lo largo de la historia llevando felicidad y amor a las personas.
Una de ellas pudo ser el protagonista de esta historia.
Hace muchos años vivía un hombre que era capaz de amar y perdonar a todo el que se cruzaba en su camino. Por esta razón, Dios envió a un ángel para que conversara con él.
–Dios me ha pedido que venga a visitarte y te comunique que Él quiere recompensarte por tu bondad –dijo el ángel–. Sea cual sea la gracia que pidas, te será concedida. ¿Te gustaría tener el don de sanar?
–De ninguna manera –respondió el hombre–. Prefiero que sea el propio Dios quien seleccione a los que deben ser sanados.
–Yo no puedo volver al cielo sin haberte concedido un milagro. Si tú no eliges, te verás obligado a aceptar uno.
El hombre reflexionó un poco y respondió finalmente:
–En ese caso, lo que deseo es que se haga el bien a través de mí, pero sin que nadie se dé cuenta, ni yo mismo, que en caso contrario podría pecar de vanidad. Y entonces el ángel hizo que la sombra de aquel hombre tuviese el poder de sanar, pero sólo cuando el sol le diese en el rostro. De esta manera, allí por donde pasase, los enfermos sanaban, la tierra volvía a ser fértil y las personas tristes recuperaban la alegría.
Este hombre caminó durante muchos años por la Tierra, sin llegar nunca a darse cuenta de los milagros que su sombra realizaba a sus espaldas cuando tenía el sol enfrente. Así logró vivir y morir sin ser consciente de su propia santidad.
Pidamos a Dios que nos haga personas de este tipo. Que como Jesús seamos capaces de sembrar alegría, amor y felicidad allá por donde pasemos. Que todo el mundo pueda decir de nosotros que ayudamos siempre que alguien lo necesita, que sabemos perdonar, que, en definitiva, pasamos por el mundo haciendo el bien.
Venerable Mary Ward, ruega por nosotros.
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