El texto que tenéis a continuación, lejos de ser un texto bonito (que también lo es) es una reflexión que tiene mucha miga. Nos lamentamos en muchas ocasiones del mundo en el que vivimos, de las guerras, de la sociedad o incluso de la familia y amigos que nos han tocado.
Ese discurso victimista no es realidad nada útil. Hoy, a mitad de semana, os invitamos a pensar desde un discurso responsable si no soy yo mismo el que debo de cambiar antes de quejarme.
Os dejo con el texto y que tengáis un estupendo día. Cuando era joven y mi imaginación no tenía límites, soñaba con cambiar el mundo. Según fui haciéndome mayor, pensé que no había modo de cambiar el mundo, así que me propuse un objetivo más modesto e intenté cambiar solo mi país. Pero con el tiempo me pareció también imposible. Cuando llegué a la vejez, me conformé con intentar cambiar a mi familia, a los más cercanos a mí. Pero tampoco conseguí casi nada. Ahora, en mi lecho de muerte, de repente he comprendido una cosa: Si hubiera empezado por intentar cambiarme a mí mismo, tal vez mi familia habría seguido mi ejemplo y habría cambiado, y con su inspiración y aliento quizá habría sido capaz de cambiar mi país y quien sabe- tal vez incluso hubiera podido cambiar el mundo. (Encontrada en la lápida de un obispo anglicano en la Abadía de Westminster).
Señor, vivimos en un mundo sin paz.
Haz de nosotros personas pacíficas y pacificadoras,
para hacer un mundo mejor.
Señor, que en nuestra clase, en nuestro colegio,
en nuestras familias…
seamos constructores de paz.
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