Vivimos deprisa, muy deprisa. Parece que se nos va la vida en hacer cosas y más cosas. Y, cuanto más hacemos, más cosas nos esperan por hacer.
La prisa, el correr no siempre es lo mejor. No nos deja pararnos a pensar, a saborear, a disfrutar. Comemos deprisa, hablamos deprisa, vamos a todos lados corriendo.
Pero la única prisa que merece la pena es la del Amor de Jesús. Dice san Pablo que el amor de Cristo nos mete prisa, nos hace correr para poder ayudar a quienes nos necesitan. Ahí sí debemos correr.
“Jesús, te pedimos tu ayuda para ser capaces de ir corriendo para ayudar a nuestros hermanos los más necesitados.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario