DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO A LOS MÉDICOS, ENFERMEROS Y AGENTES SANITARIOS DE LOMBARDÍA
Queridos hermanos y hermanas, ¡bienvenidos!
Agradezco al Presidente de la Región de Lombardía sus palabras. Saludo cordialmente al arzobispo de Milán, a los obispos de Bérgamo, Brescia, Cremona, Crema y Lodi, y a las demás autoridades presentes. Saludo a los médicos, enfermeros, trabajadores de la salud y de la protección civil, y a los Alpinos. Saludo a los sacerdotes y a las personas consagradas. Habéis venido en representación de Lombardía, una de las regiones italianas más afectadas por la epidemia de COVID-19, junto con Piamonte, Emilia Romaña y Véneto, especialmente Vo' Euganeo, representada aquí por el obispo de Padua. Hoy abrazo idealmente también a estas regiones. Y saludo a los exponentes del Hospital "Spallanzani" de Roma, una institución médica que ha hecho mucho para combatir el virus.
Durante estos meses turbulentos, las diversas realidades de la sociedad italiana se han esforzado por hacer frente a la emergencia sanitaria con generosidad y compromiso. Pienso en las instituciones nacionales y regionales, en los municipios; pienso en las diócesis y comunidades parroquiales y religiosas; en las numerosas asociaciones de voluntarios. Hemos sentido más que nunca la gratitud por los médicos, enfermeros y todos los trabajadores de la salud, en primera línea para llevar a cabo un servicio arduo y a veces heroico. Han sido un signo visible de humanidad que reconforta el corazón. Muchos de ellos cayeron enfermos y algunos por desgracia murieron en el ejercicio de su profesión. Los recordamos en la oración y con tanta gratitud.
En el torbellino de una epidemia con efectos devastadores e inesperados, la presencia fiable y generosa del personal médico y paramédico fue el punto de referencia seguro, en primer lugar para los enfermos, pero de manera muy especial para sus familias, que en este caso no tenían la posibilidad de visitar a sus seres queridos. Y así encontraron en vosotros, trabajadores sanitarios, casi otros miembros de la familia, capaces de combinar la competencia profesional con esas atenciones que son expresiones concretas de amor. Los pacientes a menudo sentían que tenían a su lado “ángeles” que les ayudaban a recuperar la salud y, al mismo tiempo, les consolaban, apoyaban y a veces les acompañaban hasta el umbral del encuentro final con el Señor. Estos trabajadores de la salud, sostenidos por la solicitud de los capellanes de los hospitales, han atestiguado la cercanía de Dios a los que sufren; han sido artesanos silenciosos de la cultura de la cercanía y la ternura. Cultura de cercanía y de ternura.
Y vosotros habéis sido testigos incluso en las pequeñas cosas: en las caricias..., incluso con el móvil, conectando a ese anciano que se estaba muriendo con su hijo, con su hija para despedirse de ellos, para verlos por última vez...; pequeños gestos de creatividad y de amor... Esto nos ha hecho bien a todos.
Testimonio de proximidad y ternura.
Queridos médicos y enfermeros, el mundo ha visto todo el bien que habéis hecho en una situación de gran prueba. Aunque exhaustos, habéis seguido esforzándoos con profesionalidad y abnegación. ¡Cuántos médicos y paramédicos, enfermeros, no podían ir a casa y dormían allí, donde podían porque no había camas, en el hospital! Y eso genera esperanza. Usted [se dirige al Presidente de la Región] ha hablado de esperanza. Y esto genera esperanza. Habéis sido uno de los pilares del país. A vosotros aquí presentes y a vuestros colegas de toda Italia va mi estima y mi sincero agradecimiento, y sé bien que interpreto los sentimientos de todos.
Ahora es el momento de atesorar toda esta energía positiva que se ha invertido. ¡No hay que olvidarlo! Es una riqueza que en parte, ciertamente, ha sido “a fondo perdido” en el drama de la emergencia; pero en gran parte puede y debe dar frutos para el presente y el futuro de la sociedad lombarda e italiana. La pandemia ha marcado profundamente la vida de las personas y la historia de las comunidades. Para honrar el sufrimiento de los enfermos y de tantos muertos, sobre todo ancianos, cuya experiencia de vida no debe ser olvidada, es necesario construir el mañana: para ello hacen falta el compromiso, la fuerza y la dedicación de todos. Se trata de partir de nuevo de los innumerables testimonios de amor generoso y gratuito, que han dejado una huella indeleble en las conciencias y en el tejido de la sociedad, enseñando cuánto se necesita la cercanía, el cuidado y el sacrificio para alimentar la fraternidad y la convivencia civil.Y, mirando al futuro, me acuerdo de las palabras de Fra Felice, en el lazareto, en Manzoni [Los novios, cap. 36°]: con qué realismo mira la tragedia, mira la muerte, pero mira el futuro y sigue adelante.
De esta manera, podremos salir de esta crisis espiritual y moralmente más fuertes; y esto depende de la conciencia y la responsabilidad de cada uno de nosotros. Pero no solos sino juntos y con la gracia de Dios. Como creyentes nos corresponde dar testimonio de que Dios no nos abandona, sino que da sentido en Cristo también a esta realidad y a nuestro límite; que con su ayuda se pueden afrontar las pruebas más duras.
Dios nos creó para la comunión, para la fraternidad, y ahora, más que nunca, se ha demostrado ilusoria la pretensión de centrar todo en nosotros mismos —es ilusorio—, de hacer del individualismo el principio rector de la sociedad. Pero tengamos cuidado porque, tan pronto como la emergencia haya pasado, es fácil resbalar, es fácil volver a caer en esta ilusión. Es fácil olvidar rápidamente que necesitamos a los demás, alguien que nos cuide, que nos dé valor. Olvidar que todos necesitamos un Padre que nos extienda la mano. Rezarle, invocarle, no es una ilusión; ¡la ilusión es pensar en prescindir de él! La oración es el alma de la esperanza.
En estos meses, las personas no han podido participar en las celebraciones litúrgicas, pero no han dejado de sentirse como una comunidad. Han rezado de forma individual o en familia, también a través de los medios de comunicación, unidos espiritualmente y sintiendo que el abrazo del Señor iba más allá de los límites del espacio. El celo pastoral y la solicitud creativa de los sacerdotes ayudaron a la gente a continuar en el camino de la fe y a no quedarse sola ante el dolor y el miedo.
Esta creatividad sacerdotal con la que se que han sabido superar algunas, pocas, expresiones “adolescentes” contra las medidas de la autoridad, que tiene la obligación de salvaguardar la salud del pueblo. La mayoría ha sido obediente y creativa. He admirado el espíritu apostólico de tantos sacerdotes que iban con el teléfono, llamando a las puertas, llamando a las casas: “¿Necesita algo? Le hago la compra...”. Mil cosas. La cercanía, la creatividad, sin vergüenza. Estos sacerdotes... que se han quedado junto a su pueblo compartiendo cuidados y atenciones cotidianas: han sido un signo de la presencia consoladora de Dios. Han sido padres, no adolescentes. Por desgracia, han muerto no pocos de ellos, al igual que los médicos y el personal paramédico.Y también entre vosotros hay algunos sacerdotes que han estado enfermos y gracias a Dios se han curado. En vosotros doy las gracias a todo el clero italiano, que ha dado muestra de valor y amor a la gente.
Queridos hermanos y hermanas, renuevo a cada uno de vosotros y a todos los que representáis mi más sincero agradecimiento por lo que habéis hecho en esta situación fatigosa y compleja.
Que la Virgen María, venerada en vuestras tierras en numerosos santuarios e iglesias, os acompañe y sostenga siempre con su protección maternal. Y no olvidéis que con vuestro trabajo, el de todos vosotros, médicos, paramédicos, voluntarios, sacerdotes, religiosos, laicos, que habéis hecho esto, habéis iniciado un milagro. Tened fe y, como decía aquel sastre, un teólogo fallido: “No he visto nunca que el Señor empieze un milagro sin acabarlo bien”. [Manzoni, Los novios, capítulo 24]. ¡Que acabe bien este milagro que habéis empezado! Por mi parte, sigo rezando por vosotros y por vuestras comunidades, y con afecto os imparto una especial bendición apostólica. Y vosotros, por favor, no os olvidéis de rezar por mí, lo necesito. Gracias.
[Bendición]
Ahora, la liturgia del saludo. Pero tenemos que obedecer las reglas: no os haré venir aquí, iré yo, pasando para saludaros educadamente, como se tiene que hacer, como nos han dicho las autoridades. Y así, como hermanos, nos saludamos y rezamos el uno por el otro. Primero nos hacemos la foto todos y luego paso a saludaros.